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El brillo de la poesía: Escuela de Salamanca - Fray Luis de León; Escuela de Sevilla - Herrera

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El brillo de la poesía: Escuela de Salamanca - Fray Luis de León; Escuela de Sevilla - Herrera

El brillo de la poesía. La segunda mitad del s. XVI marca la aparición de orientaciones y

tendencias nuevas en la poesía española.

Durante el reinado de Felipe II, en la segunda mitad del s. XVI, se produce un cambio de



mentalidad que en la poesía cuaja principalmente en la orientación hacia la temática religiosa y en

la intención moralizante. Se trata de la poesía ascética y mística, la cual expresa el afán de lograr,

mediante la oración y el sacrificio, la perfección espiritual. De esa manera, el alma se prepara

para recibir los dones de Dios y para unirse después con Él.

La sensualidad pagana del Renacimiento, característica de Garcilaso de la Vega, Hurtado

de Mendoza, Figueroa o Cetina, pasa al segundo plano. Los temas plásticos del mundo sensible

son reemplazados por abstraciones o símbolos, marcando la proyección del hombre en su

entrañable intimidad, o la atormentada elevación del espíritu hacia Dios o la fe religiosa. Sin

embargo, siguen utilizándose los recursos que Garcilaso había introducido en las letras hispanas,

lo mismo que los recursos mitológicos.

A partir de la segunda mitad del s. XVI y hasta el Barroco del siglo subsiguiente, en la

evolución de la poesía se comprueban dos orientaciones cada vez más claras y acentuadas, que

cuajan en las Escuelas de Salamanca y de Sevilla. Ambas contribuyen al creciente esplendor de

la lírica española.

Escuela de Salamanca (castellana):Fray Luis de León y el concepto religioso del

Renacimiento. Ésa produce una poesía profunda, meditativa, de contenido religioso en las más de

las veces, que, sin renunciar a las conquistas petrarquistas de la primera mitad del s. XVI, tiende a

la economía depurada de la forma, y la simplificación de los elementos ornamentales de la

expresión poética. Todas esas características de la poesía española mística y ascética llegarán, en

el s. XVII, hasta los hermanos Argensola.

Fray Luis de León (1557-1591), primer representante de alto valor de esa escuela, es

fraile agustino y catedrático en la Universidad de Salamanca. Además de escribir prosa, hace con

gran exactitud y sentido de lo bello traducciones y compila libros religiosos: El Libro de Job, Los

Nombres de Cristo, La Perfecta casada, etc.

La obra de Fray Luis: Renacimiento y cristianismo. Fray Luis escribió en prosa y en

verso, pero debe su fama a su obra lírica. Concedía poca importancia a sus poemas (que solía

llamar "obrecillas"), pero actualmente ésos son sus obras más valoradas.

Sus escasos poemas, que no obstante le sitúan entre los más valiosos poetas castellanos

de todos los tiempos, tienen como tema básico el ansia de paz y de unión con Dios. Su erudición

en materia bíblica, el amplio conocimiento de la literatura griega y latina, su formación humanista

y las hondas meditaciones espirituales infunden a su temperamento poético dones aparte,

haciendo más intensos sus poemas líricos, sus estancias y canciones en que la naturaleza, lo

mismo que el amor y la amistad, se intuyen con una emoción intelectual influida por el

neoplatonicismo de la época, como sobrios y elegantes.

La estrofa más utilizada por el poeta es la lira, que le permite desarrollar su lenguaje

basado en la claridad, la armonía y la dulzura. Destacan entre esos poemas Oda a la vida retirada,

Noche serena y Oda a Francisco Salinas.

Para Fray Luis, la poesía es un don divino que Dios le inspira al alma para que su espíritu

le alce al hombre al cielo de donde ella procede, ya que la poesía no es sino la revelación de lo

celeste y divino. Ese concepto de origen platónico adquiere en ese autor el sentido profundo del

éxtasis místico, como en esas dos estrofas de la Oda a Salinas:

"El aire se serena

y viste de hermosura y luz no usada,

Salinas, cuando suena

la música estremada

por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino

el alma, que en olvido está sumida,

torna a cobrar el tino

y memoria perdida

de su origen primera esclarecida".

Al son de la música, divina como la poesía, la memoria del hombre recobra su brillo,

llegando a ser conciente de su origen, y restablece su comunicación con Dios. La poesía, por

tanto, viene de Dios y lleva a Dios. Por ello, el poeta tiene el deber de velar sobre esa cosa tan

preciada que le infunde la fe de que es una criatura divina.

Los temas de Fray Luis son numerosos, tradicionales y clásicos, como el horaciano de la

vida retirada, predominantemente religiosos (Ascensión del Señor) o patrióticos (Profecía del

Tajo). Pero de sus poesías juveniles tampoco falta el amor. Muchos poemas tienen implicaciones

místicas: La morada del cielo. Mas en ninguno pierde el poeta su lazo con lo humano y vívivo:

los paisajes, la vida, las pasiones.

Entre sus poesías que tratan como tema básico el ansia de paz, de infinitud, de unión con

Dios destacan Vida retirada, que nos presenta la naturaleza como un lugar de reposo en el que el

alma aspira a la fusión con lo infinito; Noche serena, que expresa la añoranza de la gloria a través

de la contemplación de una noche estrellada; y la ya citada Oda a Francisco Salinas, que refleja la

elevación espiritual a través de la música.

Es Fray Luis también un gran poeta místico. Traduce el Cantar de los Cantares para que

Isabel Osorio, monja del convento de Sancti Spiritus de Salamanca lo leyera en secreto. La copia

clandestina que circuló fue el principal cargo contra su autor.

Algo más tarde, publica las dos obras en prosa que le granjean la fama: La perfecta

Casada (de tema vecino con la poesía y dedicado a doña María Varela Osorio, el escrito habla en

pocas páginas y con mucha sencillez de los deberes de la mujer casada, siendo una fina y muy

popular paráfrasis del último Capítulo de los Proverbios de Salomón) y De los nombres de Cristo.

Ésa última obra (aunque empezada en la cárcel y continuada en Salamanca, es un libro

sereno, equilibrado y armonioso) tiene más substancia y ambiciones más altas. Tres hombres

piadosos, Sabino, Curiano y Marcelo, hablan (sus diálogos son de índole platonicista), en una

finca de a orillas del Tormes del significado de los diferentes nombres que se le dan a Cristo:

Rey, Esposo, Vástago, etc.

Desde la descripción de la finca (que abre el libro) hasta el último diálogo, la prosa es

lenta y grave, elegante, serena, ritmada, con ricas y sutiles frases líricas amplias, dando fe de que

el poeta conoce profundamente el idioma e intuye su armonía y musicalidad, de que tiene el gusto

y el profundo y educado placer del brillo, de los matices, de las delicias sensuales de las palabras.

Profundo conocedor de la literatura grecolatina, preeminente traductor de los idiomas

clásicos, enamorado del castellano popular y vivo que se hablaba en Salamanca y de la literatura

de su época, Fray Luis alza la prosa española a las cumbres de la perfección. Y ello gracias tanto

a la madurez y la belleza del estilo como al pensamiento profundo y a la sensibilidad humana.

Su pensamiento místico tiene la doble calidad de la elevación moral y de la viva

influencia del humanismo renacentista (su devoción a Platón y Plotino, al neoplatonicismo de la

escuela de Alejandría es patente).

El estilo depurado. El propio Fray Luis formula en sólo tres palabras el ideal estético al

que aspira: claridad, armonía y dulzura, cualidades que únicamente se consiguen mediante la

selección:

Dicen que no hablo en romance porque no hablo desatadamente y sin orden, y porque

pongo en las palabras concierto y las escojo y les doy su lugar, porque piensan que hablar

romance es hablar como se habla en el vulgo, y no conocen que el bien hablar no es común, sino

negocio de particular juicio, ansí en lo que se dice como en la manera como se dice; y negocio

que de las palabras que todos hablan elige las que convienen y mira el sonido dellas, y aun cuenta

a veces las letras, y las pesa y las mide y las compone para que no solamente digan con claridad

lo que se pretende decir, sino también con armonía y dulzura.

Escuela de Sevilla (andaluza): Fernando de Herrera y la épica culta. Promoviendo un

lirismo insistentemente orientado hacia el mundo exterior, esa Escuela, que alcanza una alta

maestría retórica, tiende cada vez más al enriquecimiento de la forma, y encuentra sus temas en el

marco teológico del Concilio de Trento y en la grandeza del Imperio de los Austria, estilizando y

hasta deshumanizando los temas más vinculados a los raíces terrestres del ser humano: el amor, la

muerte, la vida, en general.

Frente a la Escuela castellana, la andaluza destaca por su mayor preocupación por el

brillo formal, la riqueza suntuosa de las metáforas, la lengua espléndorosa, el estilo ampuloso y la

agudeza rebuscada de la expresión.

Su punto de partida está en la obra del cordobés Juan de Mena, precursor del anhelo

aristocrático en la lírica, admirable ejemplo de lenguaje suntuoso, y continúa con la obra del

sevillano Fernandoo de Herrera, para alcanzar la culta fastuosidad del Barroco en el granadino

Góngora.

El más valioso representante de la misma en la época prebarroca es el sevillano Fernando

de Herrera (1534-1597). Entre él y Góngora, con el cual esa Escuela alcanza su clímax, hay toda

una pléyade de poetas, entre ellos los epígonos de Góngora. Herrera es un erudito y poeta que

dedica devotamente su vida a la actividad literaria. Lleva una vida banal, salvo su pasión nunca

correspondida por doña Leonor de Milán, Condesa de Gelves. A ella le dedica Herrera numerosos

poemas en la que la llama "luz y estrella de su existencia", en fórmulas que ponen de evidencia su

culto a Petrarca y Ausiàs March, la influencia de la lírica grecolatina y del Renacimiento italiano,

cuya lírica conocía profundamente.

Gran parte de su obra poética se perdió, pero se conserva un escaso número de canciones

y odas, entre ellas las más famosas siendo las consagradas A la victoria de Lepanto y A la pérdida

del Rey Don Sebastián de Portugal. En esos poemas, que dan fe de su inspiración

preponderantemente patriótica, de su fe católica, de sus frases grandilocuentes y de la gran

riqueza de tropos que usa, Herrera aplica con éxito los preceptos de la reforma literaria cuyo

promotor y entusiasta defensor fue.

Su anhelo fundamental es infundir más elevación y dignidad a los problemas de la lírica y

mayor elegancia a la forma, basándose en el profundo conocimiento de las lenguas clásicas

(Píndaro, Horacio) y en el amplio conocimiento de las modernas, en primer lugar el italiano, lo

mismo que en el conocimiento de la poesía y las literaturas orientales. En sus poemas, hace

audazmente uso de neologismos y arcaísmos, de complicadas metáforas y juegos estilísticos, con

una virtuosidad de maestro y una pasión de humanista. Así su poesía mantiene una elegancia

segura y un vigor especial, aunque a veces es artificiosa y fría.

Herrera no sólo se interesa en los experimentos formales renovadores de su obra poética,

sino es también un teórico que expone los principios de la nueva modalidad poética, aplicados en

su lírica, en la edición comentada de la obra de Garcilaso de la Vega, que se publica en 1570. Su

obra tiene en España la importancia que la Escuela de Ronsard tiene en Francia, pues puede ser

considerado un precursor de Góngora, por lo menos en la misma medida en que Juan de Mena es

considerado un precursor suyo.


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